I.
Deberíamos
saber que entre las numerosas tareas de la Epistemología están aquellas que se
refieren al escrutinio analítico de los métodos, las metodologías y los
procesos cognitivo-categoriales de la investigación científica y no científica.
Aunque principalmente científica. Escrutinio que incluye la evaluación
analítica del investigador y sus logros. Por lo mismo, al epistemólogo le
concierne decir algo, de modo fríamente racional y plausible, respecto de
publicaciones (libros y otros) sobre métodos y metodologías que se refieren a
investigación en los difíciles horizontes del rigor y de la consistencia. El
epistemólogo evalúa al investigador y los procesos de “su” investigación,
posibilitando emergencias de falsación más allá del discurso científico. Sí, es
lo que exige, en este caso, el racionalismo crítico popperiano en oposición al
verificacionismo inductivista, no pocas veces autocomplaciente.
Para el
respectivo juicio crítico-analítico han llegado a mi bitácora de estudio cuatro
importantes libros, cuya temática es la que nos está ocupando; ellos son: Investigación
Científica. Métodos y Técnicas (Corpus Cerna, 2018; 117 pp), Cómo
Elaborar un Proyecto de Tesis en Pregrado, Maestría y Doctorado (Ángel
Lozano, 2018; 171 pp), Investigación Educativa (Ricardo Cabanillas,
2019; 375 pp), Metodología de la investigación Científica (Carlos
Sarabia, 2019; 221 pp). Los autores, muy distinguidos docentes, con una
ejecutoria profesional en perspectiva de la excelencia. Los cuatro colegas van
teniendo esforzados y muy valiosos logros. La producción aludida es, sin duda,
incitante. Provocadora de interrogantes para la discusión temática fundada.
Ojalá alguien se atreviese a juntarlos para un “vis to vis” de controversias
académicas, orientadas a trascender esa ya rancia y normalizada escualidez
institucional de estos grises tiempos de postverdad, también soberbiamente
instalada en muchas universidades.
II.
¿Métodos?
¿Metodologías? Si bien cercanamente afines, no son vocablos sinónimos. Lo
pasmante es que ciertas eminencias docentes de “Metodología”, incluso en el
nivel doctoral de enseñanza, lo que imparten supina y habitualmente es una
chabacana “metodística”, sin fundamento epistémico alguno: esa suerte de pobre
artesanía pragmática al menudeo acerca del “cómo investigar” (tal vez
consentible en el ABC del pregrado), para que al doctorante alumno “se le haga
más práctico y fácil”; una bellaquería total, que, a cual más acontece
ufanamente hasta en universidades ya catequizadas por el
licenciamiento. No
olvidemos que ante las vergonzantes metodísticas, en las que están comprendidos
la estructura y el “cómo” de los proyectos de investigación, no menos los “protocolos”,
se alzaron con firmeza magistral P. Feyerabend, I. Lakatos, T. Kuhn, K. Popper
y M. Bunge.
El MÉTODO nos
provee la pauta general-esencial para orientar la razón analítica por los
caminos de mayor rigor y pertinencia, en los que, el libre arbitrio del
investigador es la clave del éxito. Así, por el método sabemos que no hay
“modelos” únicos para la formulación del proyecto de investigación; ni
“protocolos” para toda investigación. Los tiene que inventar de modo coherente
y racional el investigador. Es lo que hacen los medianos y los grandes
investigadores en las humanidades, las ciencias y las tecnologías. Y es lo que
debiesen asumir las unidades de investigación de escuelas de postgrado y de
facultades, a quienes concierne tan solo proponer áreas, líneas, posibles
proyectos y algunas preceptivas muy genéricas, superando la inservible
papelística o las tramitofilias pedestres, sentidamente hoy con espuria
vigencia.
Por su parte,
la METODOLOGÍA es la instancia metateórica; el espacio analítico-crítico
respecto del método utilizado o por utilizarse; es la filosofía que evalúa al
método. La Metodología es una rama de la Epistemología. El balcón analítico de
la razón que nos permite examinar con frialdad las posibles bondades o
distorsiones de los métodos incursos: grado de pertinencia, rigor fundado,
plausibilidad, confiabilidad, eficacia, tipología, plasticidad, etc. Así,
frente al método utilizado en la formulación del proyecto de investigación, el
metodólogo (no el artesano metodístico) examinará en detalle analítico si el
problema explícito es pertinente o no con la situación dada; o si la hipótesis
es compatible o no con la cuestión planteada en el cuerpo del proyecto. O el
metodólogo, previo examen riguroso del proyecto, puede recomendar la
re-estructuración del mal llamado “marco teórico”; o su eliminación; o su
reinstalación de contingencia. Por la metodología puede juzgarse como legítima
la opción transversalizante (y no esa que es lineal-estratigráfica). Sustituible
o modificable, eso de formulación del problema, la hipótesis o diseño de
investigación. Sí, tal como es muy frecuente observar en la comunidad
científica. Solo en la catequística aldeana y endonómica de nuestras
universidades, los caminos y protocolos son inútilmente rígidos. Rigidez y
prosaísmo gobiernan en ellas.
III.
EL FACTOR
KERLINGER Y LOS MANUALES.
Abril 2001.
Al prestigioso maestro Mario Bunge, brillante epistemólogo y docente de la
Universidad McGill (Canadá), en tono bastante crítico le escribí una larga
misiva (Vid. Mi libro Epistemología Reconstructiva), a la que me
contestó pidiéndome que nos encontrásemos en Lima, donde él tenía que cumplir
unos compromisos académicos. Fue en setiembre del mismo año que me atendió en
el cafetín de Humanidades de la PUCP. Allí hemos discutido. Y me habló
emocionado de su epónima trayectoria epistemológica, como también de los
epistemólogos peruanos más relevantes (en verdad son muy pocos), dentro de los
que sobresalía, sin duda alguna, su amigo y discípulo L. Piscoya. Sin embargo,
me sorprendió cuando abruptamente sentenció: “…a mi pesar, resultó seducido por
el factor Kerlinger. Pues también mi buen Lucho escribió un manual para
complacer a mediocres lectores. Ello no lo esperaba. Conversaré con él…”. El
maestro se refería al libro del muy connotado lógico sanmarquino, a la sazón,
amigo mío, Investigación Científica y Educacional (1987). Obra muy
importante que, en verdad, no es un manual. Por el contrario, es
representativa del discurso riguroso, analítico-crítico: Un gran testimonio
metodológico (epistemología sobre el método de investigación científica y
educacional).
¿Y, por qué
el factor Kerlinger? Fred Kerlinger tuvo un fuerte prestigio suasorio. Fred, sí
que se vio instado a escribir un ensayo dirigido a estudiantes incuriópatas. Su
título: Armazón del Proyecto de Investigación para Tesis (1983; 77 pp):
Un manual para “mediocres lectores” según el estilo léxico de Bunge. Y
la anécdota es que, en América Latina, el altamente marketeado Hernández
Sampieri, lo convirtió en su infaltable ideario para difundir in extensus
su insuperable MANUAL titulado, equívocamente, Metodología de la
Investigación (8ª edición, 600 pp), que no poco daño viene haciendo a la
Epistemología como a los aspirantes a investigadores. Un armatoste de
metodística que Ruy Pérez y Piscoya denostaron con reiterado acierto. Todo un
emblema anti-método. Algo con similar perfil fue Teoría, Métodos y Técnicas
en la Investigación Social (A. Tecla – A. Garza, 1974) que por más de
veinticinco años se exhibió como prototipo de guía “metodológica” en muchas
facultades de Educación y de Ciencias Sociales de Perú y América Latina
(1975-2002 aprox.). Hernández Sampieri – Tecla y Garza se disputaron el podium
de la barbarie contra el método. Venció el primero por desplegar una tremenda
estrategia mercantilista que hoy todavía ostenta.
En fin, nunca escribieron
manuales sino contribuciones genuinas en los ámbitos de los métodos y las
metodologías: H. Poncairé, R. Carnap, H. Reichenbach, G. Bachelard, A.
Rosenblueth, A. Eddington, K. Popper, I. Lakatos, T. Kuhn, P. Feyerabend, R y
Cajal, M. Bunge, R. Pérez, L. Olivé, L. Piscoya, H. Maletta, entre otros. A
ellos hay que leerlos bien. Hay que estudiarlos analíticamente.
Tales
maestros, sí que nos ayudan a construir nuestros propios métodos o caminos
racionales para la investigación. Los investigadores de verdad, nunca se
hicieron a partir de la metodística manual-protocolera. Es más, hay que ir más
allá del tecnocentrismo burocrático. Sí pues; indudable: tenemos que aportar
alguna dosis significativa de curiosidad, sublevancia creativa y esfuerzo; sin
tales cualidades no se produce investigadores, sino súbditos plagiantes del
conocimiento; útiles solo para fabricar graduados desprevenidos, desprovistos
casi por completo de los elementales horizontes metodológicos y académicos. Y
es lo que, lamentablemente, viene ocurriendo con alta frecuencia en nuestras
universidades, incluso en las ya licenciadas.
Lo que viene:
pronto estaremos abordando la temática sobre universidad en investigación,
doscientos años después de la primera gran reforma universitaria acontecida en
la Decana de América (San Marcos 1815-1820). Despertemos. Estamos viviendo
tiempos bicentenarios de la gesta republicana en Perú y América Latina. Y de la
gesta de la primera universidad republicana para la libertad del saber y para
el buenvivir, hoy UNT; la que germinó desde 1816. Fundada por Bolívar y Sanchez
Carrión el año 1824.